Luz – nombre femenino – en latín “lumen”.
La asociamos a la vida, a la belleza, al espíritu, a la inteligencia, al conocimiento, a la revelación, a la consciencia…
Cuando la luz se cruza con la arquitectura se produce el milagro de que un simple espacio se convierta en hogar, donde cada objeto recobre vida y se convierta en protagonista. Difundir esta luz de manera homogénea será vital para reducir sombras y contrastes. Establecer los tonos, crear atmósferas y efectos decorativos, resaltar elementos de diseño… son efectos colaterales de este proceso.
Ella sólo pide jugar para crear el clima perfecto para cada estancia. Sus aplicaciones son infinitas, como la luz que se enciende al entrar en la habitación para ver y orientarse o el ambiente embriagador de unas velas al anochecer. Podemos crear e inventar nuevas posibilidades colocando lámparas o luces en el suelo para crear entornos más íntimos y relajantes o dando más intensidad y presencia para finalidades que precisen de más concentración, como por ejemplo en el baño o en la cocina.
La luz garantiza el bienestar y la calidad de los espacios, es un verdadero confort visual. Podemos modular y crear nuevos estados de ánimo a partir de ella: festivo, íntimo, laboral, familiar… infinitas posibilidades para una amplia gama de tonalidades, para que cada estancia tenga su condición y contexto adecuados.
Encontrar el buen equilibrio entre el estilo y la funcionalidad es la clave.
La luz, sin duda, es unos de los retos en mayúsculas del cocooning culture.
¿Dónde pondrías tú la luz?